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Educación formal, inclusiva y emocional: tres pilares del aula contemporánea

En el contexto actual, la educación formal enfrenta el desafío de transformarse en un sistema más inclusivo, sensible y conectado con las necesidades sociales y emocionales de los estudiantes. Esta evolución no es solo deseable: es fundamental para garantizar el derecho a la educación de todos los niños, niñas y adolescentes.

Educación formal, inclusiva y emocional: tres pilares del aula contemporánea

¿Qué define a la educación formal hoy?

La educación formal se concibe como el conjunto de procesos educativos organizados y sistemáticos, que ocurren principalmente en instituciones escolares. Sin embargo, su definición se ha ampliado.

Hoy la educación formal no solo busca enseñar contenidos, sino tener como sustento formar personas capaces de convivir, reflexionar, adaptarse y actuar a la luz de contextos sociales y culturales diversos.

Este nuevo enfoque, por un lado, pone en el centro a los estudiantes. Por otro lado, reconoce que el derecho a la educación implica garantizar el acceso, así como la permanencia y el aprendizaje significativo de cada individuo.  

En este contexto, la educación formal debe adaptarse a realidades diversas, al promover metodologías flexibles que respondan a las necesidades individuales sin perder de vista los objetivos comunes.

¿En qué consiste la educación inclusiva?

La educación inclusiva constituye un tema controversial, atravesado por múltiples posicionamientos ideológicos, programáticos e institucionales.

A pesar de los avances en las políticas públicas, la implementación de enfoques inclusivos aún presenta desafíos considerables. La razón está en que, con frecuencia, no logra traducirse en transformaciones reales en las prácticas de aula ni en mejoras sostenidas en los resultados de aprendizaje de la educación formal.

Sin embargo, ¿qué significa promover una educación inclusiva?

  • ¿Remover obstáculos culturales, económicos, sociales y educativos que impiden que los estudiantes accedan, permanezcan y aprendan en igualdad de condiciones?
  • ¿Reconocer que cada individuo es único y tiene un potencial propio que la educación emocional también puede desarrollar?
  • ¿Ofrecer una formación personalizada que estimule el involucramiento del alumnado?
  • ¿Asegurar que los estudiantes —sin importar sus orígenes, circunstancias, afiliaciones, capacidades y motivaciones— tengan la posibilidad de aprender en un entorno en donde se aprecien las diferencias, sin prejuicios ni discriminaciones?
  • ¿Garantizar el derecho a la educación para todos, con base en la equidad, la justicia social y la democracia?
  • ¿O establecer una visión unitaria, en que todos preocupen por igual?

Si la educación inclusiva implica comprometerse a responder a estas preguntas, su consideración es inherente al espíritu de la educación y de los sistemas educativos en sus aspiraciones, propósitos, estrategias y contenidos.

La educación inclusiva no es un acto puntual, sino un compromiso permanente.

Los sistemas de educación formal se legitiman y sostienen por lo que ofrecen, pero esencialmente por generar respuestas educativas de calidad y personalizadas a las necesidades de aprendizaje de cada estudiante por igual.

Esto implica dejar atrás una visión estrecha de la educación inclusiva, enfocada exclusivamente en grupos y personas categorizadas con necesidades especiales. Por el contrario, es clave empezar a entenderla como el derecho de cada individuo a participar en un amplio rango de oportunidades educativas, que apuntalen su bienestar socioemocional y su desarrollo cognitivo de manera entrelazada.

En qué consiste la educación inclusiva

Asimismo, la educación inclusiva, cuando es asumida como parte integral del proyecto pedagógico de un centro educativo, se convierte en una estrategia curricular, didáctica y docente potente, con miras a impulsar el compromiso, la motivación y los aprendizajes de los estudiantes.

Educación inclusiva: principios y prácticas en el aula

A la luz de las preguntas clave sobre inclusión educativa, el libro Developing Inclusive Schools. Pathways to Change, del reconocido especialista Mel Ainscow —una de las figuras más influyentes a nivel mundial en educación inclusiva— ofrece herramientas conceptuales y prácticas valiosas.

En especial, la obra propone comprender la inclusión como parte esencial del ADN de un sistema de educación formal, que sea proactivo y facilitador de oportunidades de aprendizaje para todos los estudiantes.

Ainscow entiende a la educación inclusiva como un proceso permanente que nunca llega a su fin: de manera constante, cada centro tiene que asumir el desafío de ampliar y sostener las oportunidades educativas para el alumnado.

Es que una institución no alcanza un estatus definitivo de inclusión, sino que puede ir desarrollando y evidenciando procesos más inclusivos para la diversidad de sus estudiantes. Sumado a ello, todos los centros presentan distintos niveles de inclusividad y, según sus contextos y realidades, pueden expresar su voluntad, compromiso y capacidad para avanzar hacia aprendizajes más relevantes, efectivos y sostenibles.

Educación inclusiva: principios y prácticas en el aula

Repensar la educación inclusiva, tal como afirma Ainscow, es también repensar la propia educación formal como proceso abierto, dinámico y adaptativo, orientado a que cada estudiante pueda desarrollar su talento y alcanzar su máximo potencial.

Seis elementos claves para la educación inclusiva

El profesor e investigador Mel Ainscow propone seis elementos clave, que sirven como guía para que las instituciones avancen en una educación inclusiva genuina.

1. Aprovechar el saber existente en las aulas

La educación inclusiva comienza por identificar y potenciar las prácticas que ya funcionan

El primer paso hacia una educación inclusiva real consiste en reconocer que cada centro educativo cuenta con conocimientos y experiencias valiosas. Es por ello que Ainscow propone documentar y compartir las prácticas docentes que favorecen la participación y el aprendizaje de todos los estudiantes. En lugar de centrarse en planes individualizados que pueden aislar a los estudiantes categorizados con necesidades especiales, la intención es construir una base común desde las aulas mismas, como un elemento insoslayable de la inclusión.

2. Valorar las diferencias como oportunidades

La diversidad no es un problema: es una fuente legítima de aprendizaje

Ainscow cuestiona la tendencia a clasificar a los estudiantes como “normales” o “con dificultades”. En cambio, recomienda adoptar una mirada que reconozca que cada estudiante tiene experiencias, intereses y aptitudes únicas. La educación inclusiva debe evitar las soluciones estandarizadas y abrirse a enfoques que reconozcan las fortalezas de cada estudiante. Este cambio requiere empoderar a los docentes como creadores de estrategias y conectar con la educación emocional como aliada para comprender y trabajar con la diversidad como fuente de más y mejores aprendizajes.

3. Identificar las barreras ocultas

Las estructuras escolares también pueden excluir: hay que aprender a verlas

Uno de los mayores desafíos en la educación inclusiva radica en reconocer que ciertas prácticas, rutinas o estructuras de la educación formal pueden estar limitando la asistencia, la participación y el aprendizaje de los estudiantes con perfiles “fuera de la caja”. En ese sentido, Ainscow asevera la importancia de escuchar a los estudiantes, sus familias y los docentes para detectar y remover esas barreras.

Garantizar el derecho a la educación

4. Activar el poder de los pares

El aprendizaje entre estudiantes es un recurso poderoso y subestimado

La educación inclusiva también se construye entre pares. Para el autor, los estudiantes no solo aprenden de los docentes, sino que pueden apoyarse mutuamente en sus procesos de aprendizaje, bajo el entendido que los aprendizajes son procesos sociales dinámicos. Esta idea refuerza la noción de que la heterogeneidad en el aula no es una dificultad, sino una ventana de oportunidades para expandir y democratizar los aprendizajes. Fomentar el trabajo colaborativo y la ayuda entre compañeros fortalece la dimensión social de la educación formal y mejora tanto los aprendizajes como el bienestar del grupo.

5. Desarrollar un lenguaje común entre los docentes

La educación inclusiva requiere una cultura profesional compartida y contextualizada

Adoptar modelos genéricos o importados no garantiza buenos resultados hacia una educación inclusiva. Ainscow insiste en que cada centro debe reflexionar sobre las especificidades y las idiosincrasias propias. Para ello, es fundamental que los equipos docentes construyan y se apropien de un lenguaje común que les permita reflexionar, compartir y mejorar sus prácticas. Esta perspectiva resalta la necesidad de adaptar la educación inclusiva al contexto, sin perder la oportunidad de aprender de otras experiencias de educación formal.

6. Crear condiciones para innovar y asumir riesgos

Una escuela inclusiva necesita espacios para experimentar y transformarse

El último elemento señala la necesidad de fomentar una cultura institucional que apoye la innovación pedagógica. La educación inclusiva no se logra con programas aislados o temporales: requiere una visión compartida, liderazgo transformador y condiciones que permitan a los docentes tomar riesgos, equivocarse y mejorar. Ainscow destaca que una escuela en movimiento y capaz de repensarse es el camino para garantizar el derecho a la educación de todos los estudiantes.

Seis elementos claves para la educación inclusiva

Es clave comprender que no se trata solamente de desarrollar programas o proyectos en torno a la educación inclusiva. Es crucial el trabajo conjunto y solidario entre el personal de los centros educativos, con miras a fortalecer y diversificar las estrategias de enseñanza, aprendizaje y evaluación. 

Para una educación inclusiva efectiva, se necesita incentivar el rol de los educadores como generadores de contenidos y recursos educativos, que contribuyan a ampliar la mirada sobre los estudiantes. Y, fundamentalmente, llegar a quienes no se expresan: las voces ocultas e invisibilizadas, como las denomina Ainscow.

En definitiva, una educación formal verdaderamente inclusiva requiere un enfoque integral, sostenido y transformacional. Supone articular políticas, prácticas y culturas escolares bajo una misma visión compartida: garantizar el derecho a la educación para todos los estudiantes, con respeto por su diversidad, impulso a su desarrollo cognitivo y emocional, y compromiso con comunidades educativas más justas.

Garantizar el derecho a la educación exige repensar cómo, para quiénes y con qué fines enseñamos.

La educación emocional como herramienta pedagógica

La educación emocional cumple un rol clave dentro de la educación formal contemporánea, especialmente cuando se la articula con enfoques de educación inclusiva.

Reconocer y manejar las propias emociones, así como desarrollar habilidades como la empatía o la resiliencia, tiene un impacto profundo en la calidad de los vínculos que se construyen en el aula y en la posibilidad de lograr aprendizajes realmente significativos.

El hecho de incorporar la educación emocional en las prácticas pedagógicas permite atender la dimensión humana del proceso educativo. Cuando los estudiantes se sienten escuchados, valorados y comprendidos, se fortalece la motivación y se amplía la capacidad para involucrarse activamente en el aprendizaje.

Esta perspectiva resulta fundamental en entornos diversos, donde la inclusión no solo se construye desde el currículo y la pedagogía, sino también desde los vínculos y las experiencias cotidianas.

Educación emocional

Además, el enfoque de la educación emocional, potencialmente, puede contribuir a reducir el ausentismo, prevenir situaciones de violencia y fomentar un clima escolar ameno. En ese sentido, la educación emocional se convierte en una herramienta para construir escuelas más equitativas y democráticas, donde cada estudiante pueda ejercer plenamente su derecho a la educación, cualquiera sean sus condiciones o contextos de origen.

Promover una educación inclusiva con una sólida base emocional implica transformar el rol docente, desarrollar prácticas pedagógicas más integrales y abrir espacios donde cada estudiante pueda desarrollarse en su plenitud.

Una educación formal verdaderamente inclusiva y emocional, además de garantizar el derecho a la educación, habilita a los individuos a aprender con sentido, convivir con respeto y proyectarse como parte activa de una sociedad más justa, inclusiva, solidaria y democrática. 

Sobre el autor

Mag. Renato Opertti

Renato Opertti

Es Sociólogo, egresado de la Universidad de la República (Uruguay), y Master en Investigación Educativa (Programa CIEP-Uruguay / IDRC - Canadá).

Desarrolla tareas como consultor de gobiernos, organismos internacionales, instituciones públicas y privadas en diversas regiones del mundo, además de ser conferencista internacional y profesor en políticas educativas e inclusión educativa.

Su ámbito de actuación en educación abarca más de 80 países en diferentes regiones del mundo. Es autor de numerosas publicaciones en varias lenguas sobre políticas sociales, sistemas educativos, educación, currículo, modos educativos híbridos, aprendizajes e inclusión.

Fue miembro fundador de la Asociación Civil EDUY21. Hoy en día, es el presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), forma parte de la Coalición Latinoamericana de la Excelencia Docente, e integra el think tank ÁGORA.

Asimismo, se desempeña como asesor en proyectos internacionales del Instituto de Educación de la Universidad ORT Uruguay. 

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