Ceremonia de graduación. Momento de reflexión. Momento de recuperar trozos de nuestra memoria. Para llegar al hoy debimos luchar el ayer. Llegamos a esta universidad con una valija cargada de sueños, expectativas, temores, preguntas.
El tiempo transcurrió y encontramos respuestas, que fueron dando forma a nuestra profesión docente. En general, quienes toman la iniciativa de iniciar un postgrado son profesionales inquietos, creativos, que presienten que pueden aportar mucho a la educación, pero que no cuentan en su haber con las herramientas suficientes para hacerlo.
Así llegamos a la Universidad ORT Uruguay desde distintos puntos del país, buscando asirnos de instrumentos de actuación frente a una sociedad que nos demanda cada día más y a la que debemos, necesariamente, responder.
Muchos de nosotros dejamos hoy de ser maestrandos y nos convertimos en universitarios. Ello significa que adquirimos voz en los ámbitos académicos, voz autorizada y digna de ser escuchada. Hemos conformado nuestra identidad profesional.
Hemos puesto en nuestra maleta un cúmulo de conocimientos y ahora tenemos la obligación de transmitir ese conocimiento, de difundirlo para avanzar en la formación de la humanidad.
Uno de los valores que hacen a la calidad de un docente es la generosidad. Por ella, quienes ejercemos la profesión docente salimos a formarnos para dar, dar conocimiento, dar calidad, dar enseñanzas. Dar.
En este momento es que recuperamos la brújula de nuestro camino. Ya sabemos adónde queremos ir y tenemos la obligación ética y moral de conducir y de ocupar las primeras filas en los cuerpos académicos nacionales.
Terminaron los tiempos en que se nos decía qué debíamos hacer, porque solo contábamos con los saberes de una educación básica. Ya logramos la madurez profesional y podemos ser libres y creativos. Confiados en este presente nos proyectamos hacia el futuro.
Si bien estamos siendo testigos de un cambio en la educación, estamos convencidos que aún hay pautas educativas ineficaces e inviables que obstaculizan un cambio estructural.
Aunque ello implique riesgos e incertidumbres, debemos colaborar en la construcción de una propuesta educativa nacional, en la que el derecho a la educación sea aún más que eso, sea el derecho a recibir una educación de calidad, desde primaria hasta la universidad.
Una educación, además, a la que puedan acceder todos y culminar todos mediante la capitalización de inteligencias potenciales, antes que sean bien aprovechadas en otras latitudes, por países que han logrado altos índices de prosperidad, porque supieron aprovechar ese capital humano que en silencio se preparaba para emprender y arriesgar.
Llegar a este punto de nuestra formación y mirar hacia atrás nos trae imágenes de todos aquellos que nos acompañaron y a quienes nos complace hoy agradecer. Por nuestras ausencias prolongadas, gracias a nuestras familias; cada uno desde su lugar aportó para que estuviéramos hoy aquí.
Es difícil personificar en alguien el agradecimiento. Corremos el peligro de ser injustos con muchos, sin embargo, voy a correr ese riesgo. Siento que en las personas de Edith Litwin y Daniel Germán están representados nuestros profesores y tutores, con quienes aprendimos a reflexionar, con quienes en varias oportunidades disentimos y frente a quienes debimos aceptar nuestras limitaciones.
Nos enfrentaron a nuestra ignorancia y nos enseñaron a “vivir” la humildad, que desde nuestra inconsciencia feliz desconocíamos. Nuestro agradecimiento también a los funcionarios de Universidad ORT Uruguay, en especial a Fernando Devincenzi, siempre presto a solucionar los pequeños y grandes problemas que obstaculizaban el camino. A todos y cada uno de aquellos con los que entablamos contacto en el correr de estos tres años y con quienes deseamos seguir relacionados en vías de una formación permanente.
Autoridades de la Universidad, tengan la serena tranquilidad de que haremos honor a las enseñanzas recibidas y que será nuestro afán dejar en alto el prestigio de esta casa de estudios.
Un reconocimiento especial para los compañeros con los que compartimos horas de trabajo, correos que nos arrancaban una sonrisa cuando teníamos deseos de llorar, emociones por los logros, tristezas por quienes iban quedando por el camino. A las dos modalidades de estudio; presencial y semipresencial, un grupo de profesionales comprometidos, afectuosos, solidarios, de solvencia académica y mejores valores personales.
A los compañeros de Montevideo, que muchas veces adecuaron sus horarios a las necesidades de quienes debíamos trasladarnos largas distancias: gracias. Nos convertimos en un gran equipo de trabajo. Aspiramos a seguir siéndolo: un gran equipo de profesionales que se unen para demostrar que acabó la época de trabajar solos, que necesitamos unos de otros, que el conocimiento se ha distribuido como nuestra inteligencia.
Sin temor a equivocarme, en nombre de todos quienes hoy egresamos, puedo decir que aquí hemos sido felices. Habrá, en nuestras carreras, un antes y un después de esta experiencia. Ni aún en los momentos de cansancio y desorientación nos arrepentimos de haber tomado la decisión de continuar nuestra formación en esta prestigiosa universidad. Nos hemos convertido en “hombres y mujeres del conocimiento”.
Me permito hoy engarzar una de las primeras reflexiones profundas, que realizamos en estas aulas, frente a las Enseñanzas de Don Juan del escritor Carlos Castaneda. En esa historia –real o inverosímil, no importa– el personaje enumera cuatro peligros que obstaculizan el camino hacia el conocimiento: el miedo que cada uno debe derrotar en el camino hacia el saber –porque el miedo paraliza o aleja–.
La claridad, el segundo peligro, dispersa el miedo sí, pero ciega. Quien cree ver todo claro ahuyenta el deseo de saber; lo ha dominado la soberbia. El tercer peligro: el poder. Puede hacer de los profesionales seres caprichosos, sordos, crueles.
Y el último peligro: la vejez, el más cruel de todos los enemigos. El cansancio, la sensación de no querer luchar frente a la ignorancia, el derrotismo que conduce a bajar los brazos.
Compañeros, hemos vencido estos cuatro peligros: el miedo a este paso tan trascendente y lleno de incertidumbre; la claridad que tantas veces nos cegó hasta que llegaba alguien y nos hacía ver las cosas de otra manera; el poder que perdimos frente a horas y horas de denodada interpretación de datos recogidos en nuestras investigaciones y que nos dieron ese baño de humildad necesario para limpiarnos de la arrogancia; y hemos vencido la vejez.
No sentimos cansancio por aprender, muy por el contrario, hemos renovado nuestro deseo de seguir estudiando, de continuar formándonos, de seguir sirviendo.
Estamos en condiciones de responder a aquella pregunta que dio inicio a esta carrera: ¿Tiene corazón este camino? Hoy le decimos, Sr. Profesor, claro que tiene corazón, por lo tanto es un buen camino. Pero no solo que lo tiene, sino que en este camino quedó nuestro corazón. Hoy disfrutamos del logro obtenido y lo disfrutamos profundamente.
Conocimientos creados por quienes integran el prestigioso cuerpo docente de esta casa de estudio han sido puestos en nuestras manos. Recuerdo, en este momento, esa tradición indígena americana, que existía en las islas del Pacífico, referente a la ceremonia en que un novato adquiere un oficio. Cuando el maestro alfarero va a dejar el oficio, entrega su vasija mejor, su obra maestra, al alfarero aprendiz. Este que recibe una vasija perfecta debe estrellarla contra el piso y romperla en mil pedazos e incorporar cada pedazo a su propia arcilla.
Así nosotros hoy llevamos cientos de pedazos de sabiduría, hábilmente trabajada por ustedes, estimados profesores. En nuestras manos se moldeará y será nueva creación. Debemos hacerlo. Así un día ocurrirá con nuestros trozos de sabiduría.
Con la única meta de hacer a través de la educación una sociedad mejor, tenemos la obligación de emitir nuestras propias opiniones y de actuar conforme a ella para persuadir y convencer que es posible una mejor educación de la que tenemos.
Egresamos fuertes, con entusiasmo, con optimismo, con ideas, dispuestos a conquistar nuestro lugar en la sociedad y a conducir nuevos emprendimientos. Aprendimos a enseñar mejor y queremos enseñar a enseñar mejor. Transitar por la universidad nos ha hecho cambiar la forma de ver el mundo, nada se ve como antes. Ya no tenemos excusas para el fracaso, solo razones para el éxito. Ha sido nuestro esfuerzo y el de muchos el que nos ha traído hasta aquí.
Hoy, autoridades presentes, ponemos nuestros logros al servicio de la educación pública y privada y deseamos aportar a la modernización de la educación. Los egresados del Master en Educación de la Universidad ORT Uruguay ofrecemos nuestra capacidad crítica de análisis del sistema educativo y nuestra voluntad de transformación cultural.
Deseo terminar con una frase que siempre ha sido un eje vertebrador, por el cual ha transitado nuestro hacer en la educación –y que hoy toma mayor vigencia, porque somos muchos más que lo podemos decir y porque estamos comprometidos con una educación mejor–: los niños y jóvenes de nuestro querido país podrán ser víctimas de su destino, pero nunca lo serán de nuestra negligencia.