La importancia y el valor de ser docente

Discurso de la Mag. María Lourdes García, egresada del Master en Educación, durante la ceremonia de graduación 2011 del Instituto de Educación de la Universidad ORT Uruguay.

Buenas tardes a todos: autoridades, profesores, compañeros y familiares. Me pidieron que dijera algunas palabras en relación al Master en Educación, que cursamos en el período 2008-2010.

Quisiera hacer un breve pasaje por lo que ha sido esta maestría, describiendo un poco las etapas de la misma y las emociones que creo que fuimos experimentando, específicamente en relación a la elaboración de la tesis. Si bien formábamos un grupo bastante heterogéneo, donde convergían profesores, maestros, así como otros profesionales (médicos, abogados y arquitectos), provenientes de distintos puntos del país, todos compartíamos nuestro desempeño como docentes.

Para hacer este recorrido más ameno y con un poco de humor me voy a valer del graffiti, ya que una de sus principales funciones es permitir expresar un sentimiento, colectivo o privado, que se hace difícil manifestar de otra manera. Como algunos de ustedes ya saben, el tema de mi tesis –que se tituló “Escuchar las paredes del liceo: hermenéutica del graffiti”– fue acerca del graffiti en las instituciones liceales.

El momento más arduo del postgrado fue la elección del tema de tesis. “Saber elegir es lo que cuesta más”. En este momento “hurgamos” en nuestro interior, en nuestros intereses y preocupaciones; pero también en el exterior: conversamos con seres queridos y con personas con experiencia en investigación, que nos pudieran orientar. Buscamos estudios sobre temas de nuestro agrado y volvíamos a pensar.

Una vez que el tema estuvo definido, llegó un momento de mucha lectura y reflexión, para después comenzar a escribir el proyecto de tesis. En este período pasamos por una gran confusión existencial: ¡¿por qué elegí este tema?!, ¿pero se puede saber en qué estaba pensando?, ¿cómo justificar esto?, además, ¡casi no hay bibliografía específica! 

Cuando superamos estas dos etapas, comenzamos la investigación propiamente dicha. Fotografías, entrevistas, observaciones, grupos focales y más fotografías. Se nos presentaban algunas dificultades: había que tomar ciertas decisiones metodológicas.

Sin embargo, sentíamos un gran ímpetu y empuje, realmente nos íbamos apasionando cada vez más con el tema que habíamos elegido. Nos acompañaba, como telón de fondo, la canción de John Lennon, “Imagine”. En mi caso, fue muy importante el apoyo de la tutora, de lo contrario, me hubiera sentido verdaderamente desamparada.

Luego vino el momento de cerrar el trabajo de campo y comenzar un duro trabajo, que consistió en desgrabar entrevistas, reconstruir las observaciones de clase o los grupos focales, “ordenar” el cuerpo documental de fotografías… Todo esto se hizo tedioso y agotador. Como dice Mafalda, pensábamos: “Paren el mundo que me quiero bajar”.

Finalmente debíamos comenzar a interpretar los resultados de la investigación. Volvían los momentos de profunda lectura y reflexión, como al realizar el proyecto de tesis. Nos sentíamos como “El pensador del siglo XXI”, agobiados mentalmente luego de dos años.

En una primera instancia, atravesamos por un período de negación de nuestra tesis y tema. Hasta que, un buen día, luego de mucho esfuerzo, conseguimos “armar” las categorías resultantes de la investigación. Pero ya faltaban pocos días para la entrega final de la tesis y había que terminar de escribirla.

En toda esta etapa dormíamos poco, tomábamos mucho café, seguíamos dando clases, teníamos harta a nuestra familia y vivíamos contrarreloj. El graffiti que hubiera representado nuestro estado mental, en algunos momentos, era “Escuelas en llamas”.

El gran día de la entrega de la tesis pronto llegó. Pero justo ese día, como si se tratara de las leyes de Murphy, a algunos la impresora les fallaba, o se le acababa la tinta Otros querían cambiar una frase en la página 20 y, al agregar más palabras, tenían que volver a imprimir todo, porque se había cambiado la numeración de las páginas y encima, en la fotocopiadora, se les había acabado los rulos para la encuadernación… Por suerte Fernando se quedó hasta última hora en el Instituto de Educación esperándonos.

Una vez que nos “libramos” en cierto sentido de la tesis, comenzó el momento de la espera. Pasaron unos meses y nos comunicaron la fecha para la defensa de la tesis. Preparamos la presentación y, antes de salir de casa, con gran optimismo pensábamos: “Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así”.

Pese a nuestra buena onda, allí el clima era tenso: “hay que apurarse”, “se acaba el tiempo”, “son sólo 10 minutos”. Entre interrupciones y devoluciones, nuestra cabeza y nuestro corazón fluctuaban entre las siguientes emociones: “¡Me quiero irrrrrrr!” y “Paz y amor”.

Más allá de los problemas, miedos, desánimos e incertidumbres que experimentamos en el correr de la maestría, también estuvimos llenos de enseñanzas, esperanzas e ilusiones. Y finalmente egresamos… “Aguante el final feliz”.

Bueno, ahora sí voy a hablar con mayor seriedad. Me costó bastante aceptar la invitación para hacer un discurso en esta ceremonia de graduación. Pero entonces pensé en Edith Litwin y eso fue lo que me llevó a estar hoy aquí.

Me gustaría señalar dos cosas que recuerdo de ella. Una es su gran calidad humana, más allá de su formación intelectual e inteligencia. Siempre incluía relatos y anécdotas en sus clases, lo que abría la puerta para una mejor comprensión del tema del que se tratara, dejando un “plus”: el de todo aquello que está más allá de las palabras y solo se deja entrever.

La segunda es que constantemente rescataba la importancia y el valor de ser docente. Es más, nos decía que ella era ante todo maestra. Cuando Edith leyó mi proyecto de tesis me dijo que tenía “fuerza”, pero yo siento que fuerza es lo que estas enseñanzas me han dado en mi quehacer cotidiano como profesora.